PLEROMA NOTAS

Isaac es para María Luisa lo que las ramas de un
poderoso tronco son para sus hojas.
María Luisa es a la escritura
lo que la voz es a la palabra.


TRAIGO SUS LENTES PUESTOS
por Jéssica Levín

 

Traigo sus lentes puestos mientras escribo. Casualmente su graduación es perfecta para mi vista que ya no ve de cerca. Son los que ella siempre usaba para escribir, o sea que los usaba siempre. Porque María Luisa Puga siempre estaba escribiendo. Siempre.

No hay recuerdo de ella que no evoque su mano cogiendo una pluma, un papel o un cigarro. Su mirada casi siempre posada sobre la hoja o sobre una servilleta, un cuaderno y ya después, sobre su laptop.

Y luego el árbol. Siempre el árbol con sus ramas al volante, o escribiendo, planeando u organizándolo todo. Armando cosas, inventando o construyendo. Siempre creando algo, provocando o haciendo que las cosas sucedieran. El árbol. Así llamó Elena, la Poni, a mi papá Isaac Levín. Y sí que lo era. Mi mamá le decía "Unga Bunga" por fuerte, por tosco, por audaz y en extremo capaz de lo que fuera, no en balde su Mac increiblemente útil y eficiente (la que hoy uso), con una memoria enooooorme y organizada, se llama "Unga Bunga".

Mi padre. Materia prima de todo lo posible y hasta lo imposible, no existía en este mundo nada que él se propusiera que no hiciera realidad a pesar de lo que fuera, incluso a pesar de mi pesar o el pesar de mi hermano (porque nadie es perfecto) y esa es la pura verdad. Mi padre era un ser humano con defectos y errores pero con muchísimas y envidiables virtudes, entre otras, las virtudes del egoísmo, que fueron las que justificaron su partida para emprender la aventura de su vida en Michoacán. Sin excepción alguna, mi papá defendió con todo el derecho a vivir su vida (y su arte) en total plenitud, y esa vida se nutría, obviamente, por una constante, insólita y maravillosa aventura. Nada ni nadie lo pudo parar. Tan solo eso, pienso yo, ya es digno de admirar. Agradezco profundamente ser fruto y haber sido parte de ella.

Hoy a pesar de nada (porque ya no hay más pesar que el de tu partida, irremediable), puedo escribir y decir que tengo el privilegio de ser sangre de tu sangre Isaac, no así sangre de tu tiempo. Tu eras sangre de otros tiempos y de otros espacios. Los eternos tiempos de la creación literaria; y como versa el trillado “las cosas son como son”, así fueron y así lo he de atesorar. Porque ya no es cosa de tiempo, es cosa de sangre. Tu vena extraordinaria, tu sangre tan viva, tan intensa, justo como dicen en la tierra que me vio nacer gracias a tu vuelo por otras tierras: ¡pura vida! Árbol y portento, intensamente vital todo el tiempo, y sin embargo, no importan pues, ni el cuánto ni el tiempo, porque siempre has sido y serás la pura inconmensurabilidad.

Y así su sueño de vivir una vida tranquila lejos de la horrorosa ciudad; arrancó raíces y vendió todo, dejó familia y una exitosa carrera como contador público y se fue para construirse su nicho en estas tierras que lo acogieron en el bosque, junto al lago de Zirahuén, en Michoacán; y María Luisa Puga con sus hojas pobló sus ramas y así los dos, volaron en su esencia, en su leguaje que era escribir y posibilitar que otros lo hicieran.

Vuelan y siguen volando las palabras. La tinta con la que escribo es roja, no encontré otra pluma. No es café como la que María Luisa siempre usaba. Pero siempre que escribo, cuando se me quita el miedo a trasgredir el amplio espacio que representa para mí una hoja en blanco, recuerdo de que en el cajón de mi buró está la Mont Blanc, esa, con la que casi siempre escribía sus textos con tinta color sepia. Mi papá me la regaló, junto con el último frasco de tinta que María Luisa dejó. Ahí están. Ahí estarán siempre para recordarme que no cualquiera. Que el ejercicio de escribir es cosa seria, cosa de vida. Origen y principio, camino y fin.

Dice Karla en El vuelo: "...María Luisa puede ver más claramente a través de… Puga deposita de esta manera su mirada… Ésta forma de ver acompañaría para siempre su escritura..."

Ahora yo escribo y miro a través de sus lentes de aumento las palabras que vuelan sobre un cuaderno (uno de tantos) que María Luisa dejó en blanco. Lo uso. Lo siento. Lo trasgredo con mi tinta roja; porque escribir es trasgredir, trasgredir el papel, la imaginación, el intelecto, no solo el mío, también el tuyo, el de los demás.

Un escritor es ese que logra saciar no solo sus ganas, sino sobre todo, su necesidad de expresar y expresarse con palabras. Ese que trasciende trasgrediendo y saciando la necesidad vital de escribir. Así como yo sacio mi necesidad de expresar lo que siento plasmando en imágenes lo que pienso. Me transformo de creativa en creadora. Me expreso. Ese es mi lenguaje. María Luisa Puga e Isaac Levín eran la literatura, y gracias a que lograron saciar esa necesidad, fueron escritores, escribanos, maestros escribiendo y ayudando a quien así lo necesitara, escribir.

Hoy veo, leo y puedo mirar a través de este libro, la huella imborrable que dejaron mi padre y la Puga. Puedo ver en estos textos el cuidado de las formas, la expresión clara y auténtica de ese lenguaje propio que vuela en las palabras de cada quien y que ellos siempre respetaron y lo más importante, pienso yo, enseñaron a defender casi por consigna, simplemente por el derecho propio a existir; porque el tono de la voz es de uno y no hay otro igual, tal cual fueron ellos en esencia. Puedo ver la pulcritud en la sintaxis, la expresión que nos dice en palabras, no solo el cariño y aprecio de quienes les rodeaban, sino la materialización de lo que siempre desearon: despertar y fomentar el amor a la escritura, a la lectura, a la literatura. Una semilla que hoy estoy segura son frutos (aquí tenemos uno de ellos en la mano) y esos frutos, semillas germinarán.

Desde el 31 de agosto de 2014 el miedo de perderte, ese miedo antaño que me acompañó siempre desde que te fuiste por primera vez, se convirtió en ausenciairreparable. Y aunque no quiero que te vayas Pá (otra vez), sé que debes hacerlo. Sé que tus ramas portentosas no son nada sin sus hojas. Su recuerdo no fue suficiente para mantenerte en este plano más tiempo, y estoy cierta de que lo único que te mantenía vivo desde que ella partió, fue dejar todo listo para que los dos vivieran eternamente en nuestra memoria, en el papel, de viva voz, de viva palabra y para siempre (y así será).

Gracias Isaac y María Luisa. Gracias Karla por invitarnos a compartir con ellos este vuelo extraordinario que fueron, son y serán María Luisa Puga e Isaac Levín en y para la literatura y el lenguaje literario de nuestro país; gracias también a todos los que saciaron su necesidad de escribir y dejaron en El vuelo, un pedacito de sí mismos para mantenerlos vivos no solo en el recuerdo y en el corazón, sino para siempre, trasgrediendo y trasendiendo el espacio y el tiempo desde su lugar natural: la letra, la pluma, el árbol y el papel. Gracias.

Pátzcuaro, Michoacán. 27 de febrero de 2016
Texto leído durante la presentación del libro. "El vuelo de María Luisa Puga e Isaac Levín" Compilación de Karla González. CRAM Edicones.

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Jéssica Levin y Elena Poniatowska
evocando a María Luisa Puga e Isaac Levín para el documental. "Las posibilidades del recuerdo. Vida, obra y figura de María Luisa Puga" 2016